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El pasado lunes 9 de marzo de 2020, la Bolsa de Wall Street cerraba durante 15 minutos: el índice más representativo del mercado- Standard & Poor’s (S&P)- alcanzaba su máxima caída permitida. El pánico al coronavirus se apoderaba del parqué.

Hemos entrado en barrena: el COVID-19 ha irrumpido en nuestra sociedad como un huracán arrasando todo a su paso. Hay muchas empresas afectadas por diversas razones: Apple por falta de suministros procedentes de China, LVMH o Microsoft por menor demanda de productos procedentes de Asia.

Se ven seriamente afectados sectores como las aerolíneas, las empresas relacionadas con viajes y ocio. Además debido a la contención de los viajes también se hace un menor uso de tarjetas de crédito, lo que afecta a empresas como American Express o Mastercard.

España es uno de los destinos turísticos por antonomasia. Alrededor de 84 millones de turistas extranjeros visitan nuestro país cada año.

Las perspectivas a corto plazo no son nada halagüeñas y el pánico se ha apoderado de todos nosotros: pensamos que todo puede ir a peor.

Ese miedo irracional es más contagioso que el propio virus y nos impide ver por ejemplo las grandes oportunidades de inversión que se están generando.

Mis queridos Sôber en su canción “Caída libre” dicen una frase con la que me identifico en estos momentos: “No consigo entender el porqué de algunas cosas”. ¿Qué nos ocurre? ¿Estamos en plena caída libre?

Vayamos por partes. Según la neurociencia, el miedo es una reacción natural: ante situaciones de amenaza, nuestro cerebro indica al sistema nervioso que actúe con el único objetivo de sobrevivir.

Hace miles de años, ese estado de alerta continua nos salvaba de una muerte segura. Pero no olvidemos que estamos en el siglo XXI, hemos progresado mucho desde nuestra época de las cavernas.

Si bien el miedo es una reacción natural, éste debe ser proporcional a la gravedad de la amenaza.

Los seres humanos nos caracterizamos por ser seres sociales. Nuestra empatía hace que los miedos colectivos sean frecuentes. Podemos pasarnos ese miedo unos a otros sin conocer con detalle la amenaza que ha provocado su origen.

¿A qué tenemos miedo? Sobre todo y por encima de todo, a la muerte. Pero también a la enfermedad, a lo desconocido… A todo aquello que nos genere incertidumbre. Incluso hay personas que hablan de oscuras teorías conspirativas por parte de nuestros mandatarios.

 

¿Es el momento adecuado para tomar decisiones? La respuesta es clara: NO. Precisamente ese miedo irracional que nos rodea, es propicio para que tomemos malas decisiones. En momentos de pánico la parte dominante en nuestro cerebro es la emocional, dejando de lado la racional.

¿Cómo podemos poner un poco de “cordura” en todo este lío? Lo ideal es encontrar el equilibrio entre ambas partes: la racional y la emocional.

Nuestro miedo actual tiene dos fuentes: la parte emocional- que mantiene activo ese miedo transmitiéndonos temor e incertidumbre-, y la parte racional. Desde ésta última podríamos hacer, por ejemplo, un listado de cosas objetivas que sabemos del virus y qué nos dicen los expertos (no el vecino del quinto) que podemos hacer para prevenir contagios.

Cuando el miedo se apodera de nosotros, dejamos de ver la parte positiva: la cantidad de gente no afectada o que ha salido curada tras la cuarentena, las personas expertas en salud volcadas al 100% en el cuidado y prevención, etc.

Conclusión: cuñados, amigos, vecinos y todos aquellos que hayan entrado en fase de descontrol absoluto, absténganse de seguir alimentando el alarmismo general. Hagamos caso a los profesionales que entienden del tema y aunque nos cueste, activemos el lado racional. Eso nos ayudará a disminuir muchos grados nuestro temor y a vivir un poco más tranquilos.

 

 

 

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Un año más nos invade el “Black Friday” y en un mundo globalizado como este en el que vivimos ya no se trata sólo de una costumbre americana, sino que ha logrado extenderse mucho más allá.

¿Sabéis cuál es el verdadero origen del “Black Friday?. La primera vez que se mencionó este término fue el 24 de septiembre de 1869 para referirse al desplome del mercado del oro en Estados Unidos, dejando a muchos financieros de Wall Street en la más absoluta bancarrota.

En lo que se refiere a las compras, el “Black Friday” es el día después del “Thanksgiving” o Día de Acción de Gracias.

Se celebra el día siguiente al cuarto jueves del mes de noviembre. Ese día queda inaugurada la temporada de compras navideñas con importantes descuentos que incitan al consumo. ¿Para qué esperar si puedo comprarlo ya más barato?

Como veis su significado actual dista mucho de su origen real, pero lo hemos incorporado a nuestra cultura consumista.

Si a unas ofertas atractivas añadimos nuestra toma de decisiones emocional, la ecuación es perfecta.

Y es que compramos por impulsos, dejándonos arrastrar además por el “efecto manada”: “hago lo que hacen los demás porque si no quedo excluido/a del grupo y eso no me gusta”.

Para nuestro cerebro existen dos métodos diferentes a la hora de tomar decisiones que además están relacionadas con diferentes estructuras cerebrales:

  1. El método cognitivo. Es la forma racional mediante la que tomamos una decisión. Analizamos todo lo analizable, y posteriormente tomamos la decisión a la que podría llegar cualquier otra persona utilizando este mismo método.
  2. El método emocional. Este método “nos puede” literalmente. Según los últimos estudios, el acto de decisión de compra dura unos 2,5 segundos y hasta el 95% de las decisiones de compra se organizan en la parte subconsciente de nuestro cerebro.

Llegados a este punto, cabe preguntarse… ¿Por qué? ¿Qué nos lleva a que la mayoría de decisiones que tomamos cuando compramos sean emocionales?

Pese a que el método cognitivo sea una forma mucho más útil de tomar decisiones que el emocional, la balanza se inclina hacia este último. La “culpa” de que actuemos así la tiene nuestro cerebro más primitivo.

Hemos tenido que adaptarnos a muchos cambios en poco tiempo, pero no debemos olvidar que nuestro cerebro procede de un largo proceso evolutivo en el que sólo sobrevivían los/las que mejor se adaptaban.

Así pues, nuestro cerebro está desarrollado para la supervivencia y si queremos sobrevivir, debemos actuar de manera rápida: no vale eso de pararnos a pensar, porque si lo hacemos es posible que nos pique la serpiente venenosa o nos devore el león.

El entorno en el que nos movemos, ha cambiado mucho. Sin embargo, cuando nuestro cerebro se ve sometido a una presión, se activa nuestro “yo” primitivo y tomamos decisiones de manera emocional, simplemente para sobrevivir.

Eso lo saben muy bien los expertos/as en marketing, los/las comerciales, quienes se dedican a vendernos algo. Juegan con las luces, los colores, los olores, la música… Todo nos conduce a consumir y a hacerlo ya, sin pensar, dejándonos llevar por las emociones.

Los que tenemos hijos conocemos muy bien qué es eso de la presión: cuando todo el mundo se lanza a la vorágine de las compras navideñas (o pre-navideñas), no te puedes quedar atrás porque… ¿Qué pasaría si tu hija se quedase sin esa muñeca que ha pedido a Papá Noel? Hay que comprarla ya antes de que se agote.

Es muy fácil entrar en esa dinámica, y el “Black Friday” es una excusa más para no quedarnos “fuera de combate”. Lo necesitamos todo, ahora.

Pues bien, creo que este año voy a aplicarme aquello que decían los Steely Dan allá por los 70 en su canción “Black Friday”:

“Wen Black Friday comes (…) Gonna do just what I please (…) Gonna let the world pass by me.”

(“Cuando llegue el “Viernes Negro” (…) Voy a hacer lo que me plazca (…) Voy a dejar que el mundo pase por mi”).

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«El fin último en un proceso de toma de decisiones es común en todas las personas: la obtención de un beneficio» (Gary Becker).

Este Premio Nobel en Ciencias Económicas, vio como sus coetáneos se le «echaron encima» por pronunciar estas palabras.

Sin embargo, si nos paramos a analizarlas, Gary Becker tenía algo de razón. ¿O acaso tú no buscas obtener un beneficio con aquello que decides hacer?.

Estudiamos para sacarnos un título, hacemos deporte para estar en forma, trabajamos para ganar dinero, etc. Sin embargo, expresado así suena muy “plano” y es que detrás de cada una de nuestras decisiones, el cerebro juega un importantísimo papel.

En nuestro día a día, tomamos miles de decisiones que serán las que vayan forjando nuestro destino. Lo que debéis saber es que la mayoría de esas decisiones se toman de manera inconsciente.

En los últimos años se han realizado numerosos descubrimientos sobre los métodos que nuestro cerebro utiliza para evaluar las recompensas, los riesgos y el cálculo de probabilidades. Esto ha dado lugar al surgimiento de la neuroeconomía.

La neuroeconomía se basa en la aplicación de los conocimientos de la neurociencia a la toma de decisiones económicas.

Es muy importante que descubramos cómo nos comportamos frente al dinero. ¿Lo vemos como algo que nos quita el sueño, o como una oportunidad para conseguir aquello que queremos?.

¿Acaso creéis que un empresario/a puede montar un negocio de éxito desde una perspectiva negativa del dinero?. Rotundamente no.

Por eso es tan importante saber qué sucede en nuestro cerebro cuando tomamos una decisión económica. Si no tenemos una relación “sana” con el dinero, debemos cambiar el chip: la filosofía “Rock your Money” está ahí para que lo consigas.

Debemos “entrenar” nuestro cerebro para que no sufra un “cortocircuito” cada vez que hay que tomar una decisión económica.

Veamos el dinero como algo que nos ayudará a conseguir aquello que deseamos, como un medio para ello.

La metodología “Rock your Money”, nos propone transformar nuestras creencias limitantes en creencias potenciadoras y poder alcanzar así la “felicidad económica”, contestando a 4 sencillas preguntas:

  1. Mide la satisfacción personal que te da lo que estás haciendo (puntúa del 1 al 10).
  2. Reflexiona: ¿qué aportas a los demás?.
  3. ¿Cómo te valoras?.
  4. ¿Cuánto tiempo dedicas al día a tu trabajo?.

Una vez que identifiquemos cuáles son nuestros “puntos débiles”, debemos trabajar para que dejen de serlo.

Si eres de los/as que se apuntan al “Rock your Money”, ya sabes: “dale caña” a tu manera de ver el dinero y conviértelo en aquello que te ayude a conseguir tus sueños.

La semana que viene volveré con un nuevo tema. Hasta entonces, no olvidéis ser felices.