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Un año más nos invade el “Black Friday” y en un mundo globalizado como este en el que vivimos ya no se trata sólo de una costumbre americana, sino que ha logrado extenderse mucho más allá.

¿Sabéis cuál es el verdadero origen del “Black Friday?. La primera vez que se mencionó este término fue el 24 de septiembre de 1869 para referirse al desplome del mercado del oro en Estados Unidos, dejando a muchos financieros de Wall Street en la más absoluta bancarrota.

En lo que se refiere a las compras, el “Black Friday” es el día después del “Thanksgiving” o Día de Acción de Gracias.

Se celebra el día siguiente al cuarto jueves del mes de noviembre. Ese día queda inaugurada la temporada de compras navideñas con importantes descuentos que incitan al consumo. ¿Para qué esperar si puedo comprarlo ya más barato?

Como veis su significado actual dista mucho de su origen real, pero lo hemos incorporado a nuestra cultura consumista.

Si a unas ofertas atractivas añadimos nuestra toma de decisiones emocional, la ecuación es perfecta.

Y es que compramos por impulsos, dejándonos arrastrar además por el “efecto manada”: “hago lo que hacen los demás porque si no quedo excluido/a del grupo y eso no me gusta”.

Para nuestro cerebro existen dos métodos diferentes a la hora de tomar decisiones que además están relacionadas con diferentes estructuras cerebrales:

  1. El método cognitivo. Es la forma racional mediante la que tomamos una decisión. Analizamos todo lo analizable, y posteriormente tomamos la decisión a la que podría llegar cualquier otra persona utilizando este mismo método.
  2. El método emocional. Este método “nos puede” literalmente. Según los últimos estudios, el acto de decisión de compra dura unos 2,5 segundos y hasta el 95% de las decisiones de compra se organizan en la parte subconsciente de nuestro cerebro.

Llegados a este punto, cabe preguntarse… ¿Por qué? ¿Qué nos lleva a que la mayoría de decisiones que tomamos cuando compramos sean emocionales?

Pese a que el método cognitivo sea una forma mucho más útil de tomar decisiones que el emocional, la balanza se inclina hacia este último. La “culpa” de que actuemos así la tiene nuestro cerebro más primitivo.

Hemos tenido que adaptarnos a muchos cambios en poco tiempo, pero no debemos olvidar que nuestro cerebro procede de un largo proceso evolutivo en el que sólo sobrevivían los/las que mejor se adaptaban.

Así pues, nuestro cerebro está desarrollado para la supervivencia y si queremos sobrevivir, debemos actuar de manera rápida: no vale eso de pararnos a pensar, porque si lo hacemos es posible que nos pique la serpiente venenosa o nos devore el león.

El entorno en el que nos movemos, ha cambiado mucho. Sin embargo, cuando nuestro cerebro se ve sometido a una presión, se activa nuestro “yo” primitivo y tomamos decisiones de manera emocional, simplemente para sobrevivir.

Eso lo saben muy bien los expertos/as en marketing, los/las comerciales, quienes se dedican a vendernos algo. Juegan con las luces, los colores, los olores, la música… Todo nos conduce a consumir y a hacerlo ya, sin pensar, dejándonos llevar por las emociones.

Los que tenemos hijos conocemos muy bien qué es eso de la presión: cuando todo el mundo se lanza a la vorágine de las compras navideñas (o pre-navideñas), no te puedes quedar atrás porque… ¿Qué pasaría si tu hija se quedase sin esa muñeca que ha pedido a Papá Noel? Hay que comprarla ya antes de que se agote.

Es muy fácil entrar en esa dinámica, y el “Black Friday” es una excusa más para no quedarnos “fuera de combate”. Lo necesitamos todo, ahora.

Pues bien, creo que este año voy a aplicarme aquello que decían los Steely Dan allá por los 70 en su canción “Black Friday”:

“Wen Black Friday comes (…) Gonna do just what I please (…) Gonna let the world pass by me.”

(“Cuando llegue el “Viernes Negro” (…) Voy a hacer lo que me plazca (…) Voy a dejar que el mundo pase por mi”).